La pequeña artista de porcelana
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En una pequeña ciudad en un rincón bonito de esta tierra, la pequeña artista de porcelana abrió su tienda. Estaba muy contenta con lo que la Madre Tierra le había regalado. El taller era una sala cómoda y soleada con grandes ventanas. En un lado su banquito de trabajo estaba situado de tal manera que le daba el sol mientras trabajaba. Era un verdadero placer contemplar las tintas de todo tipo de colores que estaban amontonados en unas estanterías en la pared. Sí quería podía abrir la ventana y disfrutar escuchando el susurro de los árboles y el canto de los pajaritos que le llegaba desde el pequeño jardín que estaba detrás de su casa. En el otro lado del taller había creado un rincón de inspiración donde en los momentos que no se ocupaba de su arte se podía sumergir profundamente en música, literatura o meditación. Era su pequeño paraíso y lo adoraba. Aquí se sentía a gusto y segura.
La sala de exposición que daba a la calle era mucho más pequeña pero también tenía ventanas grandes las cuales permitían a la pequeña artista de porcelana observar el mundo. Y eso es lo que hacía durante los primeros días en su nuevo hogar. Se instaló en un sillón comodísimo delante de la ventana y miró hacia afuera. La gente que pasaba delante de su tienda era de una diversidad inmensa. Algunos caminaban con mucha prisa, otros lentamente. Algunos estaban conversando, otros en silencio. Algunos lucían muchos colores, otros estaban envueltos en grises y negros. Algunos se expresaban con mucha energía, otros parecían estar en su propios mundos. También veía muchas tiendas. Seguro que ellos hacen porcelana igual que yo, pensaba.
Cuando sentía que ya había observado bastante empezaba con su trabajo. Con mucho amor y paciencia creaba una figurina de porcelana tras otra, y las colocaba en la sala de exposición. Cada figurina se distinguía de las demás en su forma, tamaño y color. Cada vez con mucho cuidado y sintiéndose orgullosa volvía a llevar otra de sus figuritas a la sala de exposición. Se daba cuenta de que más y más gente se paraba delante de su escaparate y miraban sus obras de arte con curiosidad y a veces incredulidad. La pequeña artista de porcelana se alegraba mucho y tenía ganas de conocer a esa gente. Al mismo tiempo, sin embargo, sentía un nudito en el estómago. ¿Por qué algunos estaban mirando a su arte tan fijamente? ¿Había hecho algo mal? ¿Quizás no había dejado bastante espacio entre las figuritas, o demasiado? ¿O a lo mejor debería organizarlos según sus colores? Hasta ahora simplemente había seguido lo que el alma le había dicho.
Vino el día en que decidió abrir la tienda al público. Los primeros visitantes no tardaron mucho en entrar, qué alegría para la pequeña artista de porcelana. Cada día daba la bienvenida, a cada uno en persona, y observaba como la gente se movía por la sala. Algunos solo se quedaban un ratito, otros se tomaban el tiempo para hablar con ella. La mayoría de los visitantes eran agradables e interesantes pero también había momentos de mucha tensión. Había gente que no sabía apreciar su arte y que con buena intención le dieron un consejo tras consejo. Opinaban que la porcelana era demasiado frágil y que seguramente se podía hacer algo para reforzarla de alguna manera. La pequeña artista de porcelana los escuchaba con atención y luego les explicaba que sí, que la porcelana era un material muy frágil pero también lleno de detalles. Y que justo eso era lo que la hacía tan especial. Se daba cuenta que la gente no siempre la escuchaba o entendía. Los días en que mucha gente así pasaba por la tienda acababa profundamente cansada. Y luego había los que venían con mochilas enormes en las espaldas. Estaban de viaje y no siempre lo sabían. Se movían con mucha dificultad y estaban tan ocupados con el peso que tenían en los hombros, que poco sabían disfrutar del arte que estaba expuesto y chocaban contra las estanterías y mesas de los que una figurina tras otra caía al suelo. A la pequeña artista de porcelana le daba lástima ver así a la gente que tanto peso tenían que cargar e intentaba quitarles algo de las mochilas. Como en la sala de exposición no había espacio y la verdad era que no sabía qué hacer con esos trastos, los ponía en un rincón de su taller. No pasa nada, se dijo. Estos pobrecitos tampoco tiene la culpa. Mañana haré nuevas figuritas y ya está. Pasó la escoba por la sala para juntar los trozos caídos para luego poder ocuparse de nuevo de sus visitantes.
Pero luego había aquellos a los que les importaba un comino que la porcelana era tan frágil. Tiraban las figuritas por la sala para mostrárselas. La pequeña artista de porcelana hablaba con ellos y les explicaba cómo tratar ese material tan fino pero muchas veces sin éxito. Sentía que esa gente no la entendía y no se podía explicar por qué era así. Y así una obra de arte tras otra se hacía añicos. Algunos visitantes sí se lo tomaron a pecho y prometieron tener más cuidado de aquí en adelante. Pero otros reaccionaron con insultos, reproches y crítica. La pequeña artista de porcelana se sintió muy avergonzada. ¡Qué desagradable! Nadie quiere ver arte roto. ¿Pero qué hacer con los pedazos? Mejor dejarlos por debajo de los manteles y mesas de exposición. Así nadie los encontrará y todo parece ordenado y bonito. Y ahí los pedazos se amontonaron hasta surtir casi por todos lados. Día tras día la pequeña artista de porcelana se ponía a trabajar. Trabajaba hasta muy tarde y en la noche le daba vueltas y vueltas al problema. A lo mejor había una manera de reforzar la porcelana. Quizás sería mejor hacer figuritas más gruesas, ya que los detalles simplemente son demasiado delicados. De vez en cuando su mirada pasaba por encima de los pedazos y los trastos apilados que había quitado a los visitantes. Casi no le daba tiempo para cuidar de su querido rincón de inspiración o de limpiar las ventanas y así entraba cada vez menos luz al taller. Alguna que otra figurina se vistió de melancolía y la sala de exposición ya no era tan viva y llena de colores. Y sin mencionar el suelo, toda la suciedad que los visitantes llevaron en los zapatos se quedaba pegaba a la superficie. La pequeña artista de porcelana fregaba horas y horas, pero parte de la suciedad se resistió.
La pequeña artista de porcelana ya había probado muchas estrategias. Había seguido a cada visitante personalmente para enseñarle el mejor camino por la tienda y al mismo tiempo rescatar la porcelana en peligro de ser tirada. Pero eso le ocupaba tanto tiempo que apenas podía crear nuevas figuritas. También había contratado a un guarda. Su tarea era explicarle a la gente cómo comportarse en la tienda antes de entrar y vedarles el paso a aquellos que tenían fama de causar problemas. Pero demasiados visitantes pasaron de él, y entraron sin rodeos. El guarda se cansó y le pidió cada vez más dinero por sus esfuerzos. La pequeña artista de porcelana entendía muy bien sus penas y le dio lo que podía. Pero llegó el día en que ella misma ya no tenía de qué vivir y se vio obligada de despedir al guarda y cerrar la tienda. Cerró la puerta con cerrojo y puso cortinas en las ventanas.
Pasó varios días acurrucada en su rincón de inspiración que de repente le parecía muy vacío y frío. ¿Qué le faltaba? Miró alrededor y se espantó de lo que vio. ¿Cómo no se había dado cuenta de que la ventana estaba tan sucia? Era imposible vivir sin sol. Se puso a limpiar el cristal y miró hacia el jardín. Disfrutó mucho viendo el verde intenso de las plantas y sintiendo como los rayos de sol le calentaban la cara. Pero los rayos de sol no solo alumbraron su cara sino también echaron luz sobre la cantidad de trastos que había quitado a los mochileros. Por donde miraba los veía y el caos que crearon en el taller era inmenso. Ya no se quedaba mucho de su pequeño paraíso de antes. La pequeña artista de porcelana se echó a llorar descorazonada. ¿Qué debería hacer con todas estas cosas? ¿Y dónde empezar? ¿Qué había hecho? se preguntaba entre sollozos. Se sentó en su banquito y se cubrió la cara con las manos. De repente escuchó como alguien picaba a la puerta de la tienda y la llamó. La pequeña artista de porcelana entreabrió la puerta y sacó la cabeza para ver quién la había llamado. Era una velera que había visto un par de veces en su tienda y con que siempre había mantenido unas conversaciones muy bonitas. La pidió entrar y la invitó a su taller. Le daba algo de vergüenza ya que apenas le pedía ofrecer un espacio libre para sentarse. No le importaba mucho a la nueva amiga. Le prestó su plena atención a la pequeña artista de porcelana y esta le contó toda su pena. ¡Ven conmigo! Vamos a dar una vuelta, le dijo cuando había terminado. Y juntas salieron de la casa. Lo que la pequeña artista de porcelana vivió ese día le iba a cambiar la vida para siempre. Hasta el día de hoy se siente profundamente agradecida hacia esa amiga que con ese paseo le llenó la vida con mucha luz.
Recorrieron el barrio que rodeaba la tienda de la pequeña artista de porcelana. Vio cosas que antes ni se había dado cuenta de que existían. Sólo había conocido a la gente en su propia tienda pero sin saber ni dónde ni cómo vivían porque había dado por sentado que todos tenían una tienda de porcelana. Y era cierto que todos tenían su tiendecita pero ninguna era como la suya. No se podía creer lo que estaba viendo y se quedó perpleja contemplando todo.
En una tienda vivía el escultor en piedra cuya tienda se caracterizaba por figuritas robustas y paredes y suelos lisos. Había tanto ruido que la pequeña artista de porcelana se tenía que cubrir los oídos con las manos. Parecía que para trabajar la piedra se necesitaba más fuerza que con la porcelana. Y para quitar el polvo del suelo simplemente se podía pasar la escoba y llevar todo afuera. Nada se pegaba allí como al suelo estructurado de su tienda de porcelana. En otra tienda trabajaba la escultora en madera. Su tienda olía a naturaleza y hasta el suelo estaba hecho de ese material tan maravilloso. Las figuritas estaban de todos los matices del color marrón imaginables y algunas eran más blandos al tacto que otras. Al salir de la tienda vio una señal grande que decía: ¡Prohibido encender fuego! ¿Pero que buena idea era esto? Quizás no todo el mundo sabía que la madera se inflama fácilmente, pensó la pequeña artista de porcelana. Y en la tienda de la costurera todo era blando y de muchos colores. Había peluches de tela por todos lados que se podían abrazar y acariciar. Hasta el suelo estaba cubierto de tela que la costurera podía sacudir delante de la puerta antes de cerrar la tienda por la tarde. ¡Otra idea maravillosa! Quizás me puedo inventar algo semejante para mi suelo, se alegraba. Por otra puerta entraba en la tienda del artista de bronce. Aquí todo tenía el mismo color pero igualmente cada pieza era diferente y única. ¡Y cuanto calor hacía! Al lado estaba el tallista de piedras preciosas y a su lado la artista que tejía sus figuritas de lana. Y así caminaban y caminaban y caminaban y poco a poco la pequeña artista de porcelana se dio cuenta de que cada material tenía sus propiedades su acabado especiales. Madera y piedra, por ejemplo, se podían tirar por el aire ya que no se rompen tan fácilmente. Y cada material requería su propio equipamiento y una decoración distinta de la sala de exposición.
La pequeña artista de porcelana se sentía algo mareada por todas las ideas que le zumbaban en la cabeza pero se sentía más feliz que nunca. Y cuando las dos llegaron de vuelta la la tienda de porcelana se le cayó la venda de los ojos. No había visto ni una tienda de porcelana en todo el barrio. ¿Cómo podía ser? Ven a verme a mi barrio y te vas a asombrar, le dijo la amiga. Cada barrio es diferente y en el mío hay muchos artistas como tú. Es por eso que siempre me ha gustado tanto visitarte en tu tienda. Tu arte es maravilloso. Nada se tiene que cambiar. Pero te podrías pensar si no te apetece venir a vivir cerca de mi barrio. Ahí hay mucha más gente que sabe de porcelana y también algunos de tus almas gemelas. Y al mismo tiempo te quedarás cerca de todos aquellos que has conocido aquí. La pequeña artista de porcelana se quedó pensando moviendo la cabeza de un lado a otro. Se había acostumbrado a su pequeño reino y no le resultaba fácil pensar en dejarlo atrás. Pero al mismo tiempo veía la oportunidad tan buena que se le ofrecía para hacer limpieza y empezar de nuevo. Reunió todo el coraje que llevaba dentro y se puso a trabajar.
Al principio le costó mucho abrirse paso por entre todos estos trastos inútiles que había ido coleccionando. Avanzaba sin pausa pero sin prisa sin prisas pero sin pausa, y de vez en cuando la visitó su amiga la velera. En algunas de estas visitas vino con amigos que siempre sabían qué hacía falta. Una vez trajo a alguien que le ayudó con la organización de los trastos, otra vez a una persona fuerte que le ayudó a cargar las piezas más grandes para sacarlas de la casa. Y un día le presentó a otra artista de porcelana de su barrio. Era un regalo del cielo para la pequeña artista de porcelana porque ese día aprendió cómo se puede volver a juntar los pedazos de las figuritas rotas. Esa amiga había inventado un pegamento especial que dejaba en la porcelana pequeñas fisuras por las que se podía ver la luz. Y así las antiguas obras de arte se transformaron en nuevas y tenían un significado muy especial para la pequeña artista de porcelana. Cada una de estas figuritas contaba una historia.
No tardó mucho en encontrar una nueva tienda en la frontera de los dos barrios y en el taller volvió a poner su banquito de trabajo y a crear su rincón de inspiración y disfrutaba escuchando el susurro de los árboles y el canto de los pajaritos cuando abría la ventana que daba al pequeño jardín delante de su casa. En la puerta a la calle instaló un cartel grande y de muchos colores que decía: ¡Frágil y precioso! Se ruega utilizar guantes de seda para tocar la porcelana. Al lado de la puerta estaba una bonita caja de madera pintada en la que los mochileros podías dejar todo aquello que ya no necesitaban. Cuando estaba llena la pequeña artista de porcelana la vaciaba con la basura. Y en la entrada había una pequeña estantería para zapatos que los visitantes se quitaban para el tiempo que pasaban en la tienda. Así dejaron en la calle toda la suciedad y en vez de limpiar cada noche la pequeña artista de porcelana podía retirarse a su rincón de inspiración y cuidarse a sí misma. Ahora había cortinas en el escaparate y siempre cuando lo sentía, la pequeña artista de porcelana las abría.
Se sentía feliz y confiada. Y le hacía ilusión mirar hacia el futuro y hacia todo lo bueno que la esperaba a partir de ahora.