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Patatas calientes

(5 min de lectura)

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o como cuidar a los demás en un tiempo de acceso inmediato a todo y a todos

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¿Alguna vez has tenido la tentación de disculparte con alguien por no responder inmediatamente a un mensaje de texto o conoces a alguien que lo suele hacer? ¿O te sientes agobiado por la cantidad e intensidad de mensajes que te llegan a través de tu móvil? Si es así, este cuento podría ser para ti:

 

 

Te invito a un mundo en que los mensajes que nos enviamos son patatas. En este contexto y experimento mental, no es importante qué tipo de patata es y qué forma o tamaño tiene. Lo que nos interesa es la temperatura. La mayoría de nosotros habremos pelado patatas calientes en algún momento de nuestras vidas y sabremos cómo nos quemamos las puntas de los dedos en el proceso, aunque usemos tenedor y cuchillo.

 

En una conversación tranquila nos entregamos patatas frías. Cuando recibimos una patata, la podemos guardar y devolver una patata diferente de nuestro saco de patatas que siempre llevamos encima. Otras veces la miramos y decidimos devolver la misma. Podemos partir la patata recibida en trozos o tallar algo bonito en ella. Las posibilidades son infinitas.

 

Una patata caliente representa un mensaje intenso. Esa intensidad puede ser de origen emocional o también puede provenir de una cantidad elevada de información, o las dos cosas a la vez. Cuando una conversación se vuelve más emocional, las patatas que intercambiamos se calientan más y más hasta que ya no podemos tocarlas sin quemarnos los dedos. Cuanto más intensa la emoción, más caliente la patata.

 

Ahora imagina una conversación en la que nos estamos tirando patatas calientes. Lo que en ese caso necesitaríamos sería o piel gruesa en las manos o un par de guantes para no sufrir quemaduras. Algunas personas tienen la piel en las manos más gruesa por naturaleza y no les importa manipular patatas calientes durante un momento. Pueden tocarlas para luego guardarlas o devolvérselas al propietario anterior. Otros sienten el calor más intensamente y tienen reacciones más fuertes al sostener una patata caliente.

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Los humanos más sensibles entre nosotros tienen la piel muy fina y no pueden manejar patatas calientes con facilidad. Sus manos están desprotegidas y necesitan usar guantes o aprender a dejar caer las patatas en agua fría lo más rápido posible. Con el tiempo, preparándose bien, podrán manejar ciertas temperaturas, pero probablemente siempre evitarán el calor extremo, porque hasta a través de los guantes lo pueden sentir. Cuando escuchas la palabra "acalorada" en el contexto de las conversaciones, tal vez el primer pensamiento que te viene a la cabeza sea: “ah, sí, está hablando de emociones "densas" como la ira, el miedo o la tristeza.” Sin embargo, incluso las emociones “ligeras” como la alegría o su variante más extrema, la euforia, pueden alcanzar intensidades insoportables. En el reino animal tenemos un ejemplo estupendo para esta situación: cuando un perro grande está encantadísimo de verte, te saludará con esa alegría increíblemente expresiva y explosiva famosa y propia de los perros. Puede que otro perro se dejará contagiar por esa alegría y, felizmente, moverán la cola y correrán juntos como locos. Un gato, sin embargo, probablemente no sabrá qué hacer con tanta energía suelta y, o lo observará desde una distancia segura o se irá bien lejos.


Hoy en día tenemos a nuestra disposición muchos medios de comunicación que nos ayudan a mantener relaciones a distancia sin tener que enviar una carta o ir en persona y los usamos a diario. Eso, por supuesto, tiene muchísimas ventajas. El desafío que observo, y sé de muchos que lo viven igual, es que el acceso que tenemos a la otra persona es mucho más inmediato que antes y, consciente o inconscientemente, creamos ciertas expectativas respecto a la accesibilidad de los demás.


Una carta, por ejemplo, tarda días en llegar y en el sobre sólo se ve de quién es, pero no de qué se trata. Así la persona que la recibe puede elegir el momento oportuno para abrirla y recibir el contenido. Puede ponerse guantes aislantes antes de abrirla y tener un cubo de agua fría al lado por si acaso hay una patata caliente dentro del sobre.

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Luego están los teléfonos fijos en casa. No todos te muestran el nombre o número del que llama y puedes elegir atender la llamada o dejarlo sonar. Igualmente, ya es un poco más invasivo que la carta. Stephen Fry, autor, actor y cómico británico, dijo una vez mitad en broma mitad en serio que el teléfono es muy maleducado porque te dice:

¡Habla conmigo AHORA MISMO!


Con la llegada del Smartphone y la posibilidad de enviar mensajes instantáneos y tener una lista de todas las llamadas entrantes, ha aumentado la presión. Como sabemos que los demás saben que los hemos llamado, esperamos que nos devuelvan la llamada tan pronto como vean la llamada perdida. Y si no lo hacen, nos impacientamos. A veces expresamos esta impaciencia enviando un mensaje de texto que dice: te he llamado. En el pasado, con los teléfonos fijos, tenía sentido dejarle un mensaje en el buzón físico o el de voz a la persona, ya que era imposible que supiera que la habíamos llamado. Ahora, sin embargo, un mensaje como "Te he llamado" está afirmando lo obvio de una manera bastante cómica. Lo que realmente queremos hacer no es informarlos de nuestra llamada, porque podemos estar seguros de que eso ya lo saben. Lo que queremos es que nos llamen, pero no sabemos esperar ni expresarnos de forma más asertiva.

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Si es urgente podemos optar por decirlo y si no lo es por dejar que el otro elija el momento adecuado para que nos devuelva la llamada. Si enviamos un mensaje como el de arriba, es como escribirle una carta a alguien y luego ir a su casa al día siguiente para decirle que habrá recibido una carta tuya. Hace un poco de gracia imaginarse eso, ¿verdad? No sucumbir a la tentación de enviar un mensaje de seguimiento es una buena práctica de paciencia en un mundo donde todo es accesible al instante.

 

Existe otro escenario interesante:

Quizás conozcas a esas personas que, si las ves por la calle o en la escalera del edificio, no paran de hablar. Te lanzan una patata tras otra sin tener en cuenta ni tu tiempo ni si te interesa lo que te están contando. Y tus brazos se llenan de patatas, algunas calientes, otras no, pero todas no deseadas.

 

Llevado a la comunicación virtual, esto es lo que también puede ocurrir a través del Smartphone. Con Whatsapp, Telegram y otras redes sociales, es muy fácil tener acceso a otra persona sin necesidad de llamar su atención primero. Podemos simplemente tirar patatas cuando nos apetezca. Un dato divertido por aquí, una foto por allá, un cómic, lo que estoy a punto de comer, algo que se me acaba de ocurrir, básicamente cualquier cosa. Por la mañana, a cualquier hora del día, por la noche, cuando quiera ...

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En nuestra sociedad, en la que muchas personas ya no viven en comunidad, parece normal que usemos estas tecnologías para mantenernos conectados. La conexión es una necesidad básica muy humana. Entonces, a veces, es una forma de no estar solos con lo que nos acaba de pasar, especialmente si tenemos una patata caliente en nuestras manos. Es una reacción muy natural querer deshacerse de ella y una forma es lanzársela a otra persona y decir: Mira la patata caliente que acabo de encontrar. El calor es tan intenso…

 

Es importante tener en cuenta que la otra persona no tiene forma de NO recibir una patata caliente si se la enviamos a través de un Smartphone. La información llega sin aviso previo y muchas veces pilla desprevenido al que la recibe. Y si no tiene guantes puestos en ese momento o ya tiene una patata caliente en las manos, es posible que se sienta descolocado o que le salte algún gatillo.

 

Hay una forma muy sencilla de crear un espacio seguro y saludable para un mensaje de patata caliente, que puede beneficiar a todos los involucrados: pedir permiso y asumir la responsabilidad de nuestras propias patatas calientes. Queremos que la otra persona pueda decidir si es un buen momento para recibirla y darle tiempo para ponerse unos guantes si en ese momento no los tiene puestos. Personalmente, las primeras horas de la mañana y las últimas horas de la noche son momentos especialmente sensibles para mí.

 

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Como ocurre con tantos aspectos de las relaciones, la comunicación es clave.

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Aquí hay algunas formas de pedir permiso e indicar claramente lo que necesitas. Hay muchos más y puedes adaptarlos en cualquier momento para que encajen con tu estilo de comunicación:

 

  • Necesito hablar sobre X. ¿Es un buen momento ahora?

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  • ¿Estás libre para escucharme ahora mismo? Necesito desahogarme/expresar mi alegría.

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  • Si no puedes hablar ahora, ¿te importaría que te lo escriba para que lo leas cuando estés libre o prefieres que hablemos más tarde/mañana/día X?

 


Estas oraciones introductorias muy cortas han cambiado mis relaciones.

Las vivo con mucho más respeto mutuo y amor.

 

Antes de enviar información intensa a través del Smartphone, es muy interesante hacernos las siguientes preguntas:

  • ¿Por qué estoy escribiendo este mensaje? ¿Es porque realmente necesito apoyo o consejo o simplemente algo me ha provocado una reacción emocional y aún no he aprendido a lidiar con ella yo solo/a?

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  • ¿Qué sé acerca del que recibe el mensaje?

    • ¿Me ha dado permiso para compartir lo que necesite compartir en cualquier momento?

    • ¿Cuál es la situación de su vida en este momento? ¿A qué se está enfrentando?

    • ¿Qué fina o gruesa es la piel natural de sus manos? Las personas altamente sensibles suelen ser muy empáticas y excelentes oyentes. Es fácil olvidar que también se ven fácilmente abrumados por demasiada intensidad.

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  • ¿Es realmente necesario compartir lo que voy a poner en un mensaje? ¿Tiene algún valor para nuestra relación o para el que lo recibe? Si soy la única que se beneficia en algo del impulso de compartirlo, pero realmente no hace falta o no sirve al otro, ¿trato de encontrar otras formas de liberar esa energía?: escribirlo en un papel, caminar en la naturaleza, lanzar piedras al río, bailar... hay muchas maneras de reducir la intensidad de nuestras emociones a un nivel saludable para compartir.

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  • Mientras leías esto, ¿te ha venido a la mente alguna situación o relación tuya? ¿Te gustaría presentarle esta propuesta a alguien que conoces?

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¡Te deseo que estos pensamientos enriquezcan tu vida y tus relaciones!

 

Sé amable. Siempre.

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